Concédeme Este Tango.

La lluvia cae incansablemente sobre la ciudad. Las estrellas luchan por salir de entre las nubes y la luna... La luna busca brillar en lo más alto del cielo.

La noche inunda la ciudad, las calles cambian de aires y las personas tratan de refugiarse de la rutina que los invade diariamente.

Sentada bajo el techo de un kiosco en medio del parque, disfruto del delicioso olor a tierra mojada y humedad que me ofrece la lluvia. Desearía que el mundo se detuviera en ese momento, que no hubiera nada más de que preocuparse.

La lluvia, la luna, el parque, los olores, todo aquello genera en mi cuerpo una dulce nostalgia.

La presencia de alguien más en el kiosco me saca de mis pensamientos. Alto, de mirada penetrante, cabello negro, labios gruesos y manos perfectas. Lleva un traje negro que lo hace ver elegante y perfecto.

Me sonríe y se sienta en la banca frente a mi, se quita el saco y lo deposita a un lado de él junto con el portafolio.  Saca del bolsillo del pantalón su celular, hace ciertos movimientos y lo deposita en la banca junto con las demás cosas.

Se para y camina directamente hacia mi; extiende la mano y me invita a tomarla. Me debato entre aceptar su petición o rechazarla, ¿Quién es él?, ¿Qué es lo que quiere de mi?

Se acerca lentamente a mi oído, puedo sentir un delicado olor a avellana que proviene de su boca.

Con una voz grave y seria me susurra  -Concédeme este tango-. 

Trato de pensar con claridad, no hay música, como bailaríamos, ¿Tango?. Yo no se bailar tango, es más no se bailar nada.

Trato de rehusarme pero me toma de la mano y me levanta bruscamente de la banca, me jala al centro del kiosco y una tenue música comienza a salir de algún lugar.

Me toma de la cintura y me acerca a él, puedo sentir su respiración cerca de mi,  su cuerpo  su loción, su mirada. La música de fondo es lenta, con un toque de dolor y tristeza.

Sus pies comienzan a moverse y me obligan a moverme; no puedo resistirme, la electricidad que genera su cuerpo es insoportable y llena de una sensualidad prohibida.

-Déjate llevar por la cadencia de la música-. me susurra -¿Qué es el tango? si no una muestra de pasión y deseo, siéntelo... Deja que cada molécula de tú cuerpo se llene de la música, deja que te guíe-.

Su mano derecha reposaba en mi cintura mientras que la izquierda sostenía con fuerza mi mano y me guiaba en aquel baile lleno de pensamientos tristes, de lujuria, de sensualidad y de cierta atracción  oculta.

Con un movimiento rápido su mano derecha pasa suavemente por mi pierna, ocasionando que mi cuerpo se pegue al de él en una manera bastante excitante.

Me enojo ligeramente, me siento como en un juego de sensualidades al cual he sido obligada a jugar. Me separo un poco de él, pero no me suelta y me atrae de nuevo hacia su cuerpo. Caminamos con cierta furia hacia un lado y mete su pierna entre las mías para obligarme a caer hacia atrás.

Con una mano me sostiene mientras, con la otra toca sensualmente mis pechos y desciende hasta mi ombligo. Me levanta y me abraza, pega su nariz a mi cuello y aspira mi aroma, lo asimila y lo guarda en su memoria.

Me excita el simple hecho de tenerlo frente a mi, bailando... Es como vivir un sueño erótico, una fantasía secreta... Un obscuro deseo de mi corazón.

Podía sentir el deseo crecer en mi interior, mi temperatura comienza a incrementar de manera exponencial al igual que mi ritmo cardiaco.

La música se hacía cada ves más rápida y nuestros movimientos cada vez más sensuales, su cuerpo se pegaba al mío con cierta delicadeza y apetito. Sus labios acarician mi piel, se detenían en cada pequeño detalle, disfrutando, anhelando, saboreando.

De un momento a otro sus ojos, se encontraron con los míos, pude ver a través de ellos la profundidad de su ser, pude ver su alma, su pasión, su deseo... su dolor. Su mirada era única, inigualable como perderse en un inmenso bosque y no querer salir nunca.

Su rostro comenzó a acercarse al mío, percibí su loción mezclada con una gran variedad de olores, su respiración era rápida e irregular. Cerré los ojos y sentí el rocé de sus labios con lo míos... No era necesario nada más, solo esa peculiar cercanía, solo ese rocé, solo su presencia era más que suficiente.

El tango empezó a menguar, nuestros pasos se volvían cada vez más lentos hasta que se detuvo por completo.

Anhelaba su alma, anhelaba todo de él, ¿Quién era ese hombre? ¿Cómo era capaz de hacerme sentir tantas cosas, con tan solo un baile?

Nos quedamos abrazados un momento más, hasta que se separó de mi... Me sonrió con dulzura.

-Gracias por esta pieza de tango, ha sido magnifica-.

Caminó a la banca donde estaban sus cosas, las tomó una por una, me dirigió una última mirada y se fue del kiosco...

Nunca más lo volví a ver, ni la siguiente noche, ni ninguna otra... Me quede ahí sola, con el corazón exaltado y la mente envuelta en una encrucijada de pasión, dolor y melancolía.

Había dejado de llover, el olor a humedad y tierra mojada aún invadían el lugar, los faroles alumbraban el parque... Lentamente el parque caía en un dulce sopor nocturno.

Tomé mis cosas de la banca, mire por última vez el interior del kiosco...Y con una lágrima recorriendo mi mejilla me aleje de ahí para nunca más volver.




Por: Jimena Mena.
Espero les guste este fragmento, por favor compártanlo y coméntenlo bonito.
Les mando un gran beso y abrazo.     ;)



Comentarios

Entradas populares de este blog

Me Toco Ser de los que Aman.

Lágrimas de Silencio.

Nos Falto Tiempo